lunes, 19 de marzo de 2012

Demasiados "pactos" y poca convicción


por Luis Guillermo Babino
(escrito, enero 2010)


Hace poco tiempo tuve la oportunidad de publicar un artículo sobre algunas de las condiciones necesarias para que nuestro país retome una senda de crecimiento. El artículo decía en su final: “Sostengo que para que la Argentina retome una senda de crecimiento deben cumplirse algunas condiciones: 1) Que los principales dirigentes sociales del mundo de la política, de los negocios, de la academia y de los sindicatos, acuerden mínimas reglas que definan un espacio de posibilidades del juego social creativo e innovador. 2) Que esta visión compartida esté alineada a las principales tendencias mundiales a los efectos de posibilitar la inserción de nuestro país en el sistema global. 3) Que estos acuerdos y visiones compartidas vayan acompañados de una profunda redefinición del rol del Estado. 4) Y por último, que el sistema educativo en todas sus dimensiones y facetas permita la generación de los conocimientos necesarios para sostener el proceso de crecimiento en el tiempo”.


En esta ocasión quiero abordar y ampliar la primera de las condiciones: Nuevo diseño de las reglas de funcionamiento de nuestra sociedad. Los organismos vivos tienen una característica: la homeostasis. Este es el principio por el cual los sistemas regulan su ambiente interno para mantenerlo estable y constante. Esto les permite mantenerse en equilibrio. Tomando este principio y trasladándolo al sistema social, podemos sostener que un sistema social de calidad se autoregula rechazando todo intento de entrada de cuerpos que intenten alterar su calidad. Por el contrario, si las reglas del sistema social promueven la baja calidad, las mismas tienden a expulsar o rechazar todo intento de mejora o de innovación, porque las mismas ponen en peligro la condición de  estabilidad “mediocre” del sistema.



Por las razones que no es de este espacio explicar, Argentina tiene un diseño social “mediocre” y el principio de estabilidad lo cuida, rechazando todo intento aislado de mejora.

En este sistema sus actores relevantes actúan protegiendo sus intereses de corto plazo y se unen para rechazar todo intento de mejora, así como el cuerpo humano rechaza un virus que lo pone en peligro. Sin detenernos en casos puntuales que actúan como excepción y no como regla vemos que: los partidos políticos no forman ni entrenan a sus equipos de gobierno y están más preocupados por atender los problemas que ellos mismos crean que por solucionar los problemas de la gente. El sector empresario no fomenta empresarios competitivos y sus dirigentes están más preocupados por las protecciones estatales que por la mejora y la innovación. La dirigencia sindical está más interesada en proteger su calidad de vida que la de sus representados. La dirigencia docente está más preocupada por proteger sus conquistas que por que sus alumnos conquisten el amor por el conocimiento. Los responsables de las organizaciones encargadas de la seguridad velan más por la suya que por las de sus protegidos.

Cada uno tiene sus razones. Los políticos se defienden diciendo que “los dictadores son peores que cualquier mal político”. Los empresarios dicen que son los que “arriesgan y que hay que cuidarlos” y si no nos recuerdan los “noventa”. Los sindicalistas dicen que “los intentos para acabar con su rol son intentos de beneficiar a las minorías”. Los docentes, ni que hablar, son testigos de la destrucción de un sistema educativo que a mediados del siglo pasado formaba a la clase dirigente de la mayoría de nuestro subcontinente. Los miembros de las fuerzas de seguridad nos hablan de sus bajos salarios y de sus muertos.

Cada uno en su visión particular tiene razón. Cada uno “atiende su juego”, todos se defienden pero nadie se preocupa por salir del estancamiento. La defensa de las razones particulares es entonces lo que caracteriza la imposibilidad de cambiar las reglas de ultramediocridad que dominan nuestro juego social.

Necesitamos nuevas reglas para el crecimiento social. Para que opere un cambio en este sistema que protege intereses particulares sobre los generales deberá producirse un acuerdo entre dirigentes, que con poder suficiente, declare y haga cumplir nuevas reglas que dominen el juego social.  Algunos dirigentes acordarían en la convicción que sostener las reglas actuales es malo para el conjunto de la sociedad. Otros dirigentes (los “egoístas”), lo harían porque perciben que mantener este estado de cosas puede poner en riesgo sus intereses de largo plazo.

Para poder poner en blanco y negro esta idea y provocar así la reacción de los sufridos lectores, tomo la idea de un filósofo urbano que afirmó hace unos años atrás que “nuestro país se arreglaba si dejábamos de robar dos años”. Eso provocó la reacción indignada de la clase dirigente “políticamente correcta”, y luego de las reacciones pasajeras de enojo nada cambió: el filósofo urbano se llamó al silencio y a seguir disfrutando de sus privilegios, confundiéndose entre la clase dirigente favorecida que hace del silencio un culto a sus intereses.

La idea entonces es que algunos dirigentes con el poder suficiente para incidir en el conjunto, asuman que hay que dejar de beneficiarse con reglas que sólo promueven la mediocridad en contra del bien común y, paradójicamente, de sus propios intereses a largo plazo.

No existe mucha literatura que explique por qué ocurren esos acuerdos entre las personas relevantes de un país, acuerdos que permitan cambiar los destinos de las naciones. Las situaciones son diversas, las razones no son las mismas, no hay un patrón común, es como querer dilucidar el acto creativo o la inspiración misma.

La pregunta es ¿si no lo sabemos, por qué escribimos este artículo? Lo escribimos para aportar a una  discusión presente en nuestra sociedad: la búsqueda de consensos, se llamen estos, Políticas de Estado, Pactos como los de la Moncloa o Acuerdos por el Bicentenario.

En este sentido, los consensos deben referirse a reglas básicas de convivencia social y su valor no está en la publicidad sino “en la voluntad de aquellos que las acuerdan de hacerlas cumplir y sostener”.

¿Nuestro país tiene ejemplos de estos “acuerdos”? Creo que sí, un caso muy ejemplificador es el de la resolución del tema del terrorismo de Estado. Durante años nuestra sociedad resolvió sus conflictos ideológicos con la muerte del que pensaba diferente. Las posiciones frente a la violencia se construían a partir de la identidad ideológica de la víctima y había en este sentido muertes justificadas y muertes injustificadas.

Luego de la dictadura que le costó al país 30 mil desaparecidos, ocurrió un hecho que llama la atención y sobre el cual no hay mucho escrito. Las víctimas que sobrevivieron al terrorismo de Estado y los familiares de los desaparecidos no tomaron venganza por mano propia, aún con una justicia falente y tardía. ¿Existió un pacto escrito? ¿Existió una política de Estado? ¿Se realizaron grandes compromisos y declaraciones por los medios? No; fue un acuerdo silencioso, un convencimiento histórico y social. Las principales dirigentes de  Madres y Abuelas de Plaza de Mayo sostuvieron con dureza y firmeza sus convicciones, sin embargo nunca sostuvieron una posición violenta en sus reclamos.

Nuestra sociedad encontró una manera de resolver sus conflictos sin apelar a la desaparición del oponente. Remitiéndome a un solo ejemplo, pensemos por un momento el conflicto del campo inserto en una manera violenta de resolver las diferencias ¿cuántos muertos le hubiese costado esa disputa a nuestra sociedad?

Es posible que esté llegando el momento en que el estado de estancamiento social resulte para muchos insoportable y en ese malestar y hartazgo, cierto sector de nuestra dirigencia visualice la necesidad de establecer nuevas reglas que vinculen a nuestro país al crecimiento y a la defensa de los derechos humanos de vivir con dignidad y sin miedo.

Se deben acordar unas pocas reglas generales sobre las cuales se confronten las acciones cotidianas de los gobiernos. Por ejemplo “las leyes son para cumplir”, por lo tanto no dictemos leyes sobre las cuales no tengamos la convicción de hacerlas respetar o que seamos los primeros en violentarlas. Ejemplos de incumplimiento, irresponsabilidad y falta de convicción no faltan: “las normas  impositivas”, “las normas que regulan el transporte”, “la prohibición de trabajar en el Estado siendo jubilado”, “la ley antimonopolio”, “la ley del cerrojo”, “el código urbano”. Son ejemplos seguramente de leyes pensadas por buena gente con buenas intenciones pero que en su diseño no se contempló si eran socialmente cumplibles o si se contaba con un Estado que las pudiese sostener.

El acuerdo entre aquellos dirigentes que quieran cambiar las reglas de decadencia y mediocridad debe realizarse sobre grandes pautas que permitan analizar la pertinencia de cada decisión estatal.  Propongo al lector algunos ejemplos para pensar un nuevo decálogo, y pienso en decálogo parafraseando a Borges, por una sobre valorización del sistema métrico decimal:


  •   Deberá evitarse toda medida que restrinja la iniciativa y creatividad de los ciudadanos;
  •   El conocimiento será el motor de nuestro crecimiento;
  •   Todos los actores con responsabilidad social estarán sometidos a la rendición de cuentas ciudadana;
  •   Las medidas no deben tomarse en función de personas circunstanciales sino de construcciones sociales sustentables;
En definitiva la vuelta de nuestro país a un proceso virtuoso de desarrollo económico y social no debe esperarse en que la tierra, el agua, o algún yacimiento inexplorado nos hagan ricos, ni tampoco en la firma de ostentosos acuerdos del Bicentenario. Así como el 1 de enero del 2001 nada había cambiado sólo por cambiar de siglo, nada podremos esperar que cambie el 26 de mayo del 2010 o el 10 de julio del 2016. Las claves para romper con años de decadencia está en nosotros, está en nuestro esfuerzo cotidiano, está en nuestra convicción de que somos nosotros los únicos capaces de transformar la realidad, utilizando la única fuente de recursos inagotable con que contamos: nuestra inteligencia.

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